El goce de la transgreción. La pulsión de muerte
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El goce de la transgreción. La pulsión de muerte

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Reseña de la clase impartida por Jean-Daniel Matet


Luis Iglesias


Reseña de la presentación de JEAN- DANIEL MATET de los capítulos XV y XVI del Seminario 7 de Jacques Lacan: La Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 24 de noviembre de 2012.

Acompañamos a Jean-Daniel Matet en el recorrido, inconcluso, que realizó a lo largo de los capítulos: El goce de la transgresión y La pulsión de muerte, del Seminario de La Ética.
Nuestra lectura nos lleva hasta el punto que, Lacan, denomina la paradoja del goce. En este momento debemos retomar la enseñanza de Jacques-Alain Miller que en Los seis paradigmas del goce nos indica que hay que encuadrar el Seminario de La Ética en el tercer paradigma, el del goce imposible: el goce asignado a lo real.
El das Ding, la Cosa, nos señala que la satisfacción, la pulsional, no se encuentra ni en lo imaginario ni en lo simbólico, es del orden de lo real. En La Ética nos encontramos con otras barreras además de la que opone lo real a lo imaginario. La barrera de la ley, la que nos dice “no puedes, no debes”, y la barrera imaginaria en forma de aparición de lo bello en Antígona.
Tenemos entonces la presencia de un goce que pasa a lo real, de un goce real fuera de todo sistema, un goce absoluto. No hay forma de alcanzar el goce sin traspasar el límite, sin transgredirlo.
Podemos considerar este tercer paradigma como una forma de salida de la paradoja del goce.
En La Ética el goce es real y no imaginario como en la primera enseñanza de Lacan. La libido se desdobla como deseo, entre los significantes y como das Ding, por fuera, en los objetos. El principio de placer se nos muestra como barrera ante el goce, oponiéndose la homeostasis del placer y los excesos del goce. El síntoma testimonia sobre la maldad del goce, refleja la desarmonía del goce con el sujeto.
Es la paradoja del goce la que nos introduce en la dialéctica de la felicidad y sus relaciones con la Ley, a la que Lacan considera fundada en el Otro. Es a través del mito de la muerte de Dios que nos encontramos con la no garantía del Otro, no hay más que falta y el Otro desfallece.
La muerte de Dios y el amor al prójimo, históricamente solidarias, se oponen a la doctrina sadiana: al goce de la destrucción, al mal buscado por el mal, al que podemos llamar Sistema del papa Pío VI. Doctrina cuya ley fundamental podemos recoger en el enunciado, Présteme la parte de su cuerpo que pueda satisfacerme un instante y goce, si eso le place, de la del mío que pueda serle agradable. Manifestación que nos trae aquello que, en psicoanálisis, llamamos: objeto parcial. Otra de las cosas que Sade nos muestra es el carácter indestructible, en el fantasma, del otro, lo que nos conduce a que sean cual sean los esfuerzos del perverso o del neurótico en su fantasma, el goce es imposible.
Existe prevalencia de la Ley sobre el deseo, por lo que Lacan se opone a la suposición de que  la Ley se opone al deseo. La Ley que prohíbe el deseo al mismo tiempo lo promueve, es la prohibición quien autoriza la transgresión.

Lo limitado del tiempo nos permitió, nada más que, unas breves pinceladas del capítulo dedicado a la pulsión de muerte, que completamos con las notas de nuestros compañeros.
Lacan encargó a Kaufmann, uno de sus oyentes,  un comentario de los artículos de Bernfeld y Feitelberg aparecidos en la revista Imago en los años 1920 y 1930. Eran tres artículos: El principio de Le Chatelier y las pulsiones que tienden a la conservación del si mismo; Acerca de la energía psíquica, la libido y su mensurabilidad; El principio de la entropía y la pulsión de muerte; y como el mismo Lacan nos dice un intento de insertar la pulsión de muerte en una energética ya anticuada. Más en concreto tratan el aspecto energético, disociado del aspecto histórico, lo que permite eliminar la pulsión de muerte y devolver la muerte a la energética. Tratan de mostrar, tanto por medio del principio de Le Chatelier, en tanto principio homeostático, como del concepto de entropía, que la noción de pulsión de muerte no está justificado. Separan la pulsión de muerte de la noción de pulsión de destrucción y amparándose en el principio de Nirvana, que nos remite a la tendencia radical de mantener la excitación a nivel cero, proponen una energética que reabsorba la pulsión de muerte.
Lacan respondiendo a los argumentos de Bernfeld y Feitelberg, después de aclararnos que el goce no se presenta simplemente como la satisfacción de una necesidad, sino como la satisfacción de una pulsión y que esta, la pulsión, es algo muy complejo no reductible a la tendencia en el sentido de la energética, marca la diferencia  entre el segundo principio de la termodinámica y la pulsión de muerte. En el primer caso, existe la tendencia a retornar al equilibrio, pero la pulsión de muerte debe situarse en el dominio histórico articulada en función de la cadena significante.
Lacan retoma el creacionismo imputado al Sistema del papa Pío VI, que encontramos en el fundamento de la doctrina sadiana, se trata de crear nuevo espacio a la naturaleza para permitirle su tentativa de recomenzar. Este retorno al comienzo, al punto cero, es lo que nos permite situar históricamente a la pulsión de muerte. Recalca, que en el pensamiento freudiano, la pulsión de muerte está ligada a todo lo que cuestiona la existencia, pero también es voluntad de creación, de renacimiento y solo puede serlo cuando la historia se presenta como algo memorable y memorizado, registrado en la cadena significante, dependiente de su existencia.
Es el significante quien agujerea lo real y antes del significante está el ex nihilo, como límite radical, y sobre ese ex nihilo se funda, se articula la cadena significante. Es necesario, para Lacan,  un momento de creación ex nihilo para el nacimiento del dominio histórico de la pulsión.
Si al comienzo era el Verbo, antes del Verbo estaba el ex nihilo, así el significante surge de la nada, toda intención creadora es apartada. Esta perspectiva creacionista permite entrever la posibilidad de la eliminación radical de Dios. Partiendo de un vacío inicial, ella permite, según Lacan, articular el significante como histórico. Solo el significante pone en juego la pulsión, porque hace agujero en el goce primero.


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