El deseo y el goce. La niña y el falo. Las insignias del Ideal
Reseña de la clase impartida por Enric Berenguer
David Sevilla
Reseña de la primera clase de Enric Berenguer sobre seminario de Lacan "Las formacones del inconsciente. Segunda parte". Cap. 14, 15 y 16.
Seminario del Campo Freudiano de Granada el 17 de octubre de 2020.
El deseo y el goce
La niña y el falo
Las insignias del Ideal
(Cap. 14, 15 y 16)
La pasada sesión retomamos el seminario por donde lo dejamos el curso pasado, pag. 259 para ello contamos con la inestimable participación de Enric Berenguer para dilucidar los capítulos 14,15 y 16.
Lo primero que hace Enric, es situarnos en el momento que estamos con respecto a la enseñanza de Lacan. Tras unos primeros seminarios donde hay una fuerte elaboración teórica en torno a la dimensión imaginaria, nos encontramos en un momento donde lo preeminente de la enseñanza lacaniana recae sobre la dimensión simbólica. Más concretamente, en los capítulos en los que nos encontramos, la pugna teórica de Lacan se centra en los modos, dificultades y posibles articulaciones entre lo simbólico y lo imaginario.
En este sentido, el esquema R de Lacan de la página 265 que aquí vemos en sus primeras articulaciones, será un punto de referencia a la hora de entender el modo en que ambas dimensiones se estructuran en la psique humana. Este esquema será desarrollado posteriormente, especialmente a partir de la introducción de conceptualizaciones topológicas como el plano proyectivo y su consecuente transformación en la banda de moebius.
Esta articulación tiene su concreción teórica en la cuestión fálica y la paradójica característica del falo de estar contenido en la dimensión imaginaria pero tener una estructura significante. El modo en que el falo se liga a la significación y el anudamiento de la dimensión fálica al cuerpo imaginario del sujeto con sus amplias posibilidades, centrarán el desarrollo teórico de estos capítulos.
El triángulo imaginario representa básicamente el estadio del espejo, la relación imaginaria entre el yo y el cuerpo, al que se añade un tercer elemento, a saber, el falo en su vertiente imaginaria.
Por su parte, en el triángulo simbólico vemos la estructura básica del Edipo, con la madre como primer objeto simbolizable, la N, lugar del Ideal del Yo, donde el niño se inscribirá o no como niño deseado y todo lo que esto supone, y el padre como elemento tercero que entra en la dialéctica del niño y su madre.
Vamos a ver entonces como el deseo entra en juego y como este sufre una transmutación esencial a partir de la entrada del sujeto en la articulación significante. Y es aquí donde Enric planteará la pregunta, ¿qué pasa con lo vivo del sujeto?
Y es que en lo simbólico, el sujeto no se inscribe como vivo, en esta época de la enseñanza de Lacan, la significación es la muerte de la cosa. ¿Cómo sobrevive lo vivo del sujeto a esta inscripción significante? Es aquí donde la significación fálica y el falo como elemento de intersección simbólico e imaginario, juega toda su importancia.
En el estadio del espejo, se trata de ser o no ser el falo, de la posibilidad del sujeto de identificarse a la posición de objeto de deseo de la madre o no. Pero de entrada, no hay un lugar en el significante para inscribir la satisfacción del sujeto.
Por eso Enric hablará de que Lacan cree en una transustanciación milagrosa del falo, a través de la cual, la pérdida del goce producida por la inscripción significante, dará lugar a una nueva satisfacción.
Esta transformación que surge a través de la función metafórica del lenguaje podemos verla manifiesta en tres momentos:
- El chiste. Donde la risa provoca una satisfacción corporal directamente ligada al significante.
- La metáfora paterna.
- Ideal del yo.
Las insignias que pueda tomar el sujeto del padre, no implican una identificación imaginaria al padre, estas insignias tomadas por el sujeto serán, la vía por la que se conseguirá el sujeto la metaforización de su propio de deseo a través del Ideal del yo.
El ideal presenta en sí mismo una paradoja y es que por un lado tenemos el hecho de que el sujeto es capaz de constituir una identificación que sea una solución para la inscripción de su goce; pero a su vez, esto está tomado del otro, la máscara cumple un papel digamos, tipificante, normalizante, pero tiene como solución la inscripción de una parte del goce del sujeto. Esto se ve claramente en el ejemplo de Jean Riviere.
Esta máscara adquiere para el sujeto toda su importancia, puesto que el goce vivo del sujeto no puede pasar a lo simbólico, la máscara, como mixto simbólico-imaginario contendrá parte de lo vivificante y mortificante del goce para el sujeto. Que Dora pueda decir, toso como mi padre, no es en absoluto por una masculinización, sino que se trata de la toma del sujeto de un elemento significante destinado a producir una metáfora de su propio deseo. No hay que fascinarse, por tanto, con la apariencia imaginaria de lo masculino, sobre todo en la mujer.
Si el significante fálico es lo que permite introducir la castración como pérdida de goce del sujeto a través de una nueva satisfacción en la metáfora del Ideal del Yo; en la mujer el punto de partida es la falta, la privación es la condición de posibilidad de la introducción de la metáfora que permita la inscripción de su goce.
Finalmente destacar que, la inscripción del goce a través de la significación fálica, deja un resto no asimilable de goce, que Lacan empezó a dilucidar a través del goce femenino, como resto que no obedece a la significación fálica y que puede darse tanto en la mujer como en todo sujeto humano. El rechazo a este fracaso del falo evidencia en la masculinidad estándar la misoginia y la degradación del objeto sexual femenino. Cuestión problemática esta, que será desarrollada más adelante.
David Sevilla
