¿Joyce estaba loco?
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Seminario 2013-14

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¿Joyce estaba loco?

Reseña de la clase impartida por Jean-Louis Gault


José Luis Chacón


Reseña de la presentación de JEAN LOUIS GAULT del Seminario 23 de Jacques Lacan: El sinthome, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 26 de abril de 2014.

 

Agradezco la deferencia que el ICF y Juan Carlo Ríos han tenido conmigo al pedir que prepare esta reseña. Han sabido leer el deseo a partir de mis felicitaciones públicas a Jean Louis Gault. Fue verdaderamente una sesión que aclaró de manera sutil y amena algunas cuestiones que se despliegan en la enseñanza de Lacan a partir de este Seminario XXIII que, como sabemos, introduce una nueva perspectiva para el Psicoanálisis.

El capítulo elegido, al que Jacques A. Miller tituló con una pregunta, se presenta, en cierto modo, de manera inédita porque ¿Joyce estaba loco? transita, en sí, otra: ¿a partir de cuando se está loco? Y estas sencillas cuestiones representan, son metáfora, del desarrollo de la novedosa clínica que propone.

La psicosis, la locura, heredada de la vieja psiquiatría, no fue nueva para el psicoanálisis y no lo fue tampoco para Lacan, que se interesó por ella desde su juventud. También cuando aborda el caso Schreber, a mediados de los años cincuenta.

Pero tanto en Freud como en Lacan, la pregunta no se formuló, sencillamente, porque no era necesaria. El caso Schreber presenta un delirio paranoico. Después de años de hospitalización, escribió Las memorias de un neurópata gracias a su alta médica. Fue en esos escritos en los que Freud se basó, como saben, para estudiar el caso y articular su teoría sobre la psicosis y la Verwerfung. Schreber no plantea dudas: era clínicamente un loco que, a partir de un momento determinado, al enfrentarse con un nuevo cargo muy importante en su carrera judicial y al requerir de la metáfora paterna, manifiesta el delirio.

Sin embargo, la pregunta que Lacan formula a lo largo de todo el Seminario y que en este capítulo está articulada, surge porque en ese momento de su enseñanza puso en cuestión toda esa teoría de la psicosis y las coordenadas del marco diagnóstico freudiano, reinterpretado desde finales de los años cincuenta con el significante del Nombre del Padre y el otro del Otro.

En 1976, cuando dicta el Seminario XXIII, Lacan no abandona su investigación sobre la psicosis. Joyce no estaba loco en el sentido freudiano, schreberiano, podríamos decir. Pero Lacan se replantea la cuestión y la hace explícita a partir, precisamente, de la esquizofrenia de Joyce, de la locura megalomaníaca que se desprende de la vida, los textos, notas, cartas y garabatos de Joyce. Todo ello permite el abandono de las teorías de Freud y las estructuras tal como hasta entonces las conocíamos: neurosis, psicosis y perversión. Y abre, por tanto, una nueva concepción de la clínica basada en suturas y nudos.

 

Este nuevo paradigma es elaborado por Lacan abandonando la mano de Freud de manera definitiva y tomando la de Joyce. De manera especial, Finnegans Wake. Y lo hace identificándose con él, rompiendo el sentido, quejándose del gentío que asistía a escucharlo y anhelando no necesitar a nadie ni a nada, como Joyce. Lo hace garabateando con nudos como Joyce garabateaba y anotaba con el lenguaje, inventando palabras, incluso.

Parece paradójico porque él, que rehuyó, ciertamente, conocer personalmente a Freud, sí había sido presentado a Joyce en la librería Shakespeare &Co cuando era un joven normaliano preocupado por el arte y la literatura de su tiempo. Lacan leyó a Joyce a lo largo de su vida y así lo deja traslucir en su enseñanza. Especialmente a partir del Seminario XVIII en el que ya estaba pergeñando esta profunda permutación en la que abandona definitivamente el Edipo, el sentido, el significante y el inconsciente freudiano. En cierto modo es una respuesta al Antiedipo (1972) de Deleuze y Guatari que, precisamente, hacía un alarde de la locura. Pero el verdadero Antiedipo, la verdadera pieza sobre la locura, es este Seminario.

En éste capítulo podemos observar como Lacan va separando la pregunta, rodeándola, interrogando a los textos de Joyce por su locura, por su inspiración, por sus creencias. ¿Quién se creía Joyce? ¿En qué creía? Los locos creen ... y se creen, a veces, Napoleón, otras, alienígenas o iluminados. Pero creer no es creerse. Se cree en el Otro, en el lazo social, en la mujer, en lo que una mujer dice, en el sujeto supuesto saber, en el psicoanálisis. Pero creer (Glauber en alemán) un término muy utilizado desde Freud, no es creerse porque éste vocablo conserva algo del delirio. Es frecuente que el loco se crea ser un rey; incluso cuando el rey cree serlo ya delira un poco porque todos sabemos, y él también, que siempre está desnudo, como el relato y las noticias muestran.

Pues bien, Lacan encuentra esa creencia de Joyce en sus escritos, en las cartas a Nora -su mujer, a la que nunca le interesó lo que escribía-, en esa certeza que siempre tuvo de ser el escritor del que hablarían, al menos, doscientos años. Y ello cuando críticos y editores lo tachaban, además, de borracho y vago. Evidentemente, vivió y murió sin apenas dinero para pagar las deudas que siempre lo acuciaron. Casi nadie se atrevía a publicar sus obras, excepto -como él decía a Ezra Pound riéndose- en África.

Sin embargo, el creía en sí mismo, en el artista que era, en su obra. Joyce fue un megalómano. Y ¿de dónde le viene esa megalomanía? En el Retrato de una artista adolescente, una novela semi-autobiográfica escrita durante su estancia en Trieste, hay varios pasajes que sirven a Lacan para circundar esto de lo que hablamos: Connolly, un viejo amigo irlandés, le pregunta si él aún cree en Dios, en Jesucristo, en las enseñanzas de la Iglesia. Sabemos que Joyce, como buen irlandés, fue educado en el catolicismo y que su padre encomendó su instrucción a los jesuitas. Fue lo único que su padre le dio a falta de herencia, o de Nombre del Padre.

Pues bien, Lacan no se pronuncia explícitamente, pero sí insinúa que la base de la literatura de Joyce es precisamente la creencia en la mitología de la redención que ofrece Dios a los hombres en su hijo, Jesucristo, para el perdón de los pecados. Y es el mismo Joyce quien se ofrece como sustituto. No cree en patrañas de curas, evidentemente, y esto se puede observar en su obra. Sin embargo, sí parece realizar una metáfora y sustituir con ella, no solo al redentor. Es, más allá, a través de su creación como se identifica con el hacedor, como el artista que viene a ocupar el lugar del creador. El artista, más que redentor, se sitúa como dios mismo.

Por lo que respecta a su relación con Nora, Lacan la califica de “extraña”. Y eso que entonces no se había publicado la escatológica y osada correspondencia hecha pública hace tan solo unos años. Frente a la No hay relación sexual, se inventa otra, particular y propia, y Joyce lo hizo con su mujer, Nora. Fue como su guante. De ahí la metáfora argüida por Lacan de calzar una mano con el guante de la otra a condición de volverlo sobre sí.

Jean Louis Gault contó una anécdota que no quiero omitir porque, como él decía, también forma parte de la cultura lacaniana. Gault, como Lacan, utilizó unos guantes de Arnís, una sombrerería y guantería muy famosa en París. Era tan famosa que Jean Claude Milner escribió hace unos años ensalzándola en una publicación afín al Campo Lacaniano. Allí compraban personajes como Roland Barthes, Jean Paul Sartre, André Guide o el propio Lacan. Este establecimiento era regentado por dos hermanos, Jean y Michel Grimmer. Uno de ellos, vecino de Lacan en Rue de Lilles, tuvo después una relación especial con el Campo Freudiano y llegó a escribir artículos muy divertidos en alguno de los cuales contaba como diseñaba trajes para Lacan que él mismo dibujaba. Pues bien, los guantes que allí vendían tenían una particularidad: un botón que les impedía volverlos sobre sí para ocupar la otra mano. A esos guantes se refiere Lacan en el Seminario en donde compara el guante con la mujer y el botón, la función del botón, con el clítoris, el botón de la mujer que impide que el guante pueda volver sobre sí mismo porque molesta. Es lo que llama el botón, el punto negro de la mujer que puede llegar a ser molesto, insoportable...y de ahí la ablación.

Para Joyce habrá una sola mujer en su vida que representa, siempre, el mismo modelo depreciado. Ella es “enguantada”, se complementa perfectamente, “con la más viva repugnancia” -dice Lacan- para Joyce. Es solamente con la mayor de las desvalorizaciones como Joyce hace de Nora su propia relación sexual, su (PARTNER) partenaire sexual. No es única pero sí peculiar esa manera de degradación, incluso repugnancia, por la mujer. Muchos sujetos hacen la elección de ese modo. Bajo este rasgo que les permite hacer existir la particular relación sexual que, como sabemos, no existe a nivel general. Así, el nudo borromeo, como el guante, como Nora misma para Joyce, ciñe el interior de los tres anudamientos. El nudo ciñe aunque no sirva para otra cosa.

Lacan al final del capítulo volverá a la pregunta inicial: ¿Estaba loco Joyce? E insistirá sobre el lugar del redentor y esa peculiar manera de la perversión. Per-version dirá en esta etapa de su última enseñanza, haciendo, como Joyce, un juego homofónico de palabras. Ese desarrollo sobre la función del padre con relación al hijo en la mitología cristiana, permitirá una novedosa concepción que implica una clínica que rompe con toda su concepción anterior. Efectivamente, el significante Nombre del Padre tiene connotaciones religiosas y de sentido. Lacan lo había tomado de la tradición cristiana y, quizás por ello, François Dolto, por ejemplo, con su obra El Psicoanálisis a la luz de los Evangelios, junto a jesuitas y dominicos, creyeron encontrar en Lacan una nueva versión del cristianismo adaptada a los tiempos modernos. Pero aquí toda esta traición que vehiculaba el Nombre del Padre y el cristianismo es reinterpretada por Lacan como Perversión, versión del padre que se aleja completamente de su anterior concepción, a partir de la redención del hijo, de la alucinación o fantasma que representa el sacrificio del hijo por el padre. Per-versión porque implica una posición sádica del padre en la inmolación del hijo y masoquista por parte del hijo al buscarlo y consentir en ello.

Sabemos que, como tal, no existe para nosotros el sadomasoquismo aunque así se presenta en el imaginario, incluso como representación popular. El (PARTNER) partenaire del sádico no puede ser un masoquista ni viceversa desde el Psicoanálisis. Pero Lacan plantea una única excepción: la que representan el Dios padre y el hijo redentor. Freud -dice Lacan- percibió algo que se sitúa más allá del sacrificio, de la redención del hijo: la castración que se transmite mediante el falo. La castración freudiana se sitúa en el registro simbólico, se transmite mediante el falo, y obliga, en cierta manera, a ubicar el problema entre lo Real y lo Simbólico, muy ambiguos en Freud.

En estos momentos de su enseñanza, Lacan afirma que lo Real se encuentra en los embrollos de lo verdadero. Es algo que había comenzado a desarrollar a partir del Seminario XVIII, De un discurso que no fuera del semblante. Pero aquí lo verdadero es lo Real. En esta última etapa de su investigación, los registros que había utilizado en su enseñanza aún le sirven, pero las relaciones entre ellos no son excluyentes ni únicas, se requieren uno a otro ...hay una cierta continuidad entre ellos. En ese sentido la pregunta formulada sobre la locura de Joyce sigue planeando porque no es, como en la concepción anterior de Lacan, un privilegio, algo diferente.

Si Lacan había planteado la locura como una excepción según una de sus frases favoritas de juventud: “No está loco quien quiere”, en el Seminario XXIII le parece algo más común. ¿Por qué? Porque los registros RSI anudados y separados, se prolongan uno en el otro a falta de una operación que las distinga como el nudo borromeo.

Joyce, pues, suple un desanudamiento. Si el nudo no desempeña su función porque el Imaginario está desatado completamente de los otros, Joyce hace una suplencia, construye un nuevo nudo, con su ego, que repara el nudo que representa el Imaginario. Esta suplencia es peculiar, singular, sinthomática, porque el artista megalómano que es y que mantendrá al menos doscientos años ocupados a críticos y universitarios, no compensa, en absoluto, que su padre ocupara el lugar del Padre que le correspondía.

Volviendo al principio, vemos, pues que en el caso Schreber hablamos del Otro del Otro y el N.P y frente a la ausencia, el sujeto responde con un rechazo, la Verwerfung, de lo simbólico.

En el caso Joyce, en cambio, su respuesta responde a la propia dimisión del padre que no hizo sus deberes como padre. No es un rechazo, sino el encuentro de una verwerfung de hecho. Joyce joven o niño incluso se encontró con esta dimisión paterna que volcó y narró en sus escritos, donde pueden rastrearse no sólo que su padre no le enseño nada, sino que delegó a otros padres, los jesuitas, su educación.

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