UNA CONFERENCIA LAURCANIANA
Granada, viernes 23 de noviembre de 2007

La  angustia ante una ciencia sin raíces
Laure Naveau


[A la entrada de la Sala, los asistentes recibieron una copia de los poemas de Lorca y de Borges]

En el título de la conferencia habrán reconocido, sin duda, una frase extraída del poema de Federico García Lorca titulado “La aurora”, que me ha enviado nuestro amigo Jesús Ambel cuando él supo que vendría a hablar aquí esta tarde.

Les agradezco entonces a los responsables del Espacio Campo Freudiano en Granada por la invitación a impartir esta Conferencia. Pido disculpas por mi castellano, el primer día que llego a España tengo más dificultades para hablar castellano que el segundo día que ya lo recuerdo mejor.

Me alegro de esta invitación que me ha hecho trabajar sobre las tres dimensiones de la angustia en psicoanálisis, tres dimensiones que tratamos de anudar en la enseñanza, la clínica, la epistémica y la política.

Les propongo tomar en consideración la importancia de este afecto de la angustia a propósito de una campaña muy actual, autodenominada “de información sobre la depresión” que está teniendo lugar en Europa y, de paso, redefinir la función del psicoanálisis en relación a la civilización de una época, la nuestra, que querría tender hacia un nuevo higienismo.

En el año 2004 se editó en Francia el décimo Seminario de Jacques Lacan, titulado “La angustia”. La edición del volumen no se hizo en un momento cualquiera. Se hizo en el momento de la revelación de un proyecto estatal de reglamentación de las psicoterapias y de promoción de esas tesis pseudocientíficas que constituyen las técnicas cognitivo-conductuales, las TCC.

Ese proyecto tenía claramente como objetivo atacar al psicoanálisis, descalificarlo ante la opinión pública a través de falsas evaluaciones, en resumen, para hacerlo desparecer, a corto plazo, de la escena cultural.

La publicación de ese Seminario de Lacan sobre la angustia se hizo, pues, no sólo a nivel clínico, sino también a nivel político, como una respuesta y, a la vez, como un arma de combate, porque ese Seminario pone en valor que el fenómeno subjetivo de la angustia es una respuesta al deseo del Otro. En este caso concreto del que les hablo, se trataba de un deseo malo del Otro del poder científico que no sólo angustia a los psicoanalistas, sino también a los intelectuales, a los artistas y a los investigadores.

Este Seminario es una respuesta, en consecuencia, a un “¿Qué me quiere el Otro?” que, a fin de cuentas, no es tranquilizadora. En este caso la respuesta es que el Otro quiere mi desaparición.

El psicoanálisis es un hijo de las Luces.

Eso significa que su orientación se opone, en el fondo, a las perspectivas que son contrarias al espíritu de las Luces y que representan, en nuestra época, la mundialización y la mercantilización del espíritu humano.

La orientación del psicoanálisis consiste pues en defender la dignidad del sujeto en tanto que ser hablante y en dar una función a sus síntomas en el actual movimiento del mundo. Por ejemplo, dar al síntoma una función de respuesta.

Como nos lo recuerda Juan Carlos Ríos, citando a Jacques-Alain Miller, en el trabajo clínico que expondrá mañana en la mañana, -- “Hay un sujeto cuando hay sentido, el sentido que el sujeto es capaz de dar a lo que hace y a lo que dice. Es lo que nosotros llamamos posición subjetiva”.

Es lo que pasa en un análisis: hay una posición del sujeto.

A propósito de nuestro sujeto de hoy, ¿cómo aborda el psicoanálisis la relación a la angustia?

Para el psicoanálisis, esa relación concierne al deseo. Hay un deseo en juego en ese fenómeno del cuerpo que es la angustia, un deseo que angustia al sujeto. Ese deseo puede ser, por ejemplo, el deseo de reducir al otro al silencio. Eso no significa que la angustia esté siempre provocada por el deseo de reducir al otro al silencio, sino que hay una relación entre la angustia y lo que reduce al silencio –alguien, algo, una situación, un acontecimiento, una palabra desgraciada. Ahora bien, el deseo que está en juego en un psicoanalista es, en lo que a él respecta, el deseo de hacer hablar al sujeto, a fin de iluminar su posición.

En su Seminario sobre La angustia, Lacan nos dice que la función angustiante del deseo del Otro viene de esto, -- que yo no sé qué objeto soy para ese deseo. Y es ese no saber el que no sólo angustia sino que también deprime.

El psicoanalista de hoy es aquel que ha respondido a las tres preguntas planteadas por Jacques-Alain Miller a Lacan en “Televisión”: “¿Qué puedo saber?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué me está permitido esperar?”.

Recuerdo un artículo que Vicente Palomera escribió en el momento de la creación, en España, de la nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Respondía a esas tres preguntas éticas, señalando que, en el campo abierto por el psicoanálisis, el saber concernía al defecto, es decir a lo que falta; que el hacer era una cuestión de posición, de tomar posición; y que la esperanza era la de tomar parte en el debate democrático contra todas las formas de segregación. Esas tres respuestas son muy actuales en la época contemporánea del “todo cuantificable”. Volveré más adelante a este tema, a propósito de esa campaña de desinformación que hace estragos en Francia sobre el tema de la depresión, una campaña sostenida por laboratorios farmacéuticos y en la que se han puesto en marcha enormes medios financieros de la Hacienda pública.

Un psicoanalista debe ser, me parece, el que ha cernido e identificado ese objeto que está en causa en el deseo, tanto el suyo como el del Otro, y que, en la ocasión, es la causa de su angustia. Un psicoanalista sabe, en principio, cómo hacer con eso para hacerse, para otro sujeto, el soporte de ese objeto. Haber franqueado ese punto de angustia, precisamente por haberlo nombrado, precisamente por haber levantado el velo del desconocimiento del objeto que él era para el Otro y precisamente por haberse separado, por haber cesado de ser un cautivo de él, eso autoriza al analista a prestarse a un cierto uso que su paciente puede hacer de él para descifrar su inconsciente.

Esta cuestión del uso del analista-objeto es de una brillante actualidad, porque hoy día los analistas lacanianos han salido de sus consultas de analistas para recibir pacientes en los Centros Psicoanalíticos de Consultas y Tratamientos, los CPCT, centros gratuitos y de terapias breves que se han creado en los corazones de las ciudades, por iniciativa de las Escuelas lacanianas de psicoanálisis.

Es una de las respuestas que el psicoanálisis propone al malestar en la civilización tal y como nos lo ha transmitido Freud. Es una respuesta activa, es decir que se sitúa en la acción lacaniana y que, en consecuencia, se produce en acto, el acto del analista.

Pero volvamos a la angustia.

En su Seminario, Lacan recuerda que ha provocado la indignación cuando ha puesto en cuestión el concepto de curación: “Es muy cierto, nos dice, que nuestra justificación, así como nuestro deber, es mejorar la posición del sujeto. Pero yo sostengo que nada es más vacilante, en el campo en el que nos encontramos, que el concepto de curación”. (p. 68).

¿Qué significa esto?

Voy a tratar de transmitirles de manera sencilla algo que es complicado y que concierne al objeto.

En la era de la aceleración de la ciencia, de la extensión de la técnica y de la renovación incesante de los objetos que nos arrastran a los sujetos, paradójicamente cada vez más insatisfechos, a una loca carrera de consumo, Lacan invita a los psicoanalistas a privilegiar un objeto, el objeto llamado “causa del deseo” y a poner el acento sobre una función que es la función de la falta. Los principios del psicoanálisis se fundan, en efecto, sobre la exigencia de encontrar la “causalidad psíquica” en lo que hace al sufrimiento humano. La causalidad psíquica no es la causalidad biológica. Vemos que una exigencia tal no va sin relación con la puesta en juego de la responsabilidad del sujeto. Pero desde que nos situamos en el campo del psicoanálisis, reencontrar esa causalidad significa, esencialmente, dar su lugar en el discurso del sujeto, a la causa.

Por oposición, querer reeducar al sujeto en el marco de protocolos preestablecidos, querer curarlo con medicación y condicionamiento y, por eso mismo, suprimir la dimensión de la existencia del sujeto en tanto que sujeto de la enunciación, en tanto que sujeto del decir, es justamente querer suprimir la función de la causa.

Pero también es querer suprimir al psicoanálisis como recurso posible, como lo señala Agnès Aflalo, psicoanalista en París, en su bello artículo sobre la depresión que aparece en el número 8 de una revista que se llama Le Nouvel Âne (LNA). Es más, ella dice que hoy día, si hablamos de los recursos disponibles, lo que se ventila en la salud pública es la prevención de todo tipo de intentos de suicidio que conciernen tanto a los adultos como a los adolescentes e, incluso, a los niños de corta edad.

“Reducir lo humano a una cadena de neuronas y de neurotransmisores, es no sólo reducirlo a la servidumbre es, también, condenarlo a la depresión definitiva”, concluye la autora.

De hecho, esta campaña francesa sobre la depresión tiene como fin aterrorizar a la población, asimilando la tristeza a la melancolía y empujándola al consumo de medicamentos.

Recordemos a Lacan cuando, en su texto titulado “Televisión”, se apoya en Dante y asocia así el afecto de la tristeza al pecado de cobardía moral. Si seguimos a Dante en su Divina Comedia, el pecado es pecado de lentitud, de torpeza de entendimiento del espíritu. Dante acerca, en efecto, la tristeza de la lentitud a la pereza. Por eso el pecador es condenado, en el Infierno de Dante, al castigo de una prisa que nunca se detiene y que llamamos la manía. El problema de la depresión, si lo tomamos desde este ángulo, es un problema de temporalidad. En su Seminario sobre La angustia, Lacan aborda la temporalidad con la ayuda de un cuadro en el que aparecen repartidos los afectos según la aceleración o el enlentecimiento. El síntoma es situado ahí, por ejemplo, como lo que estorba, lo que se pone de través en nuestro camino, lo que nos ralentiza y termina por deprimirnos. De hecho, el único remedio a la depresión, es el tiempo del deseo, es esa pasión que es el deseo.

Pero sabemos, por Lacan, que el deseo no va sin relación con la falta. Y nos dice que la angustia surge en un sujeto, precisamente, cuando eso no falta, es decir, cuando la falta falta.

Lo cito (p. 64): “Lo más angustiante que hay para el niño se produce, precisamente, cuando la relación sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce deseo, es perturbada, y ésta es perturbada al máximo cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre siempre encima”.

Esto es lo que sucede en nuestra sociedad hipermoderna. Esa carrera loca del consumo, lejos de apaciguar las aspiraciones y las frustraciones de los consumidores, no cesa de ahondar en el agujero de la falta, de una falta de goce que no puede ser colmada. Es como si tuviéramos a la madre siempre encima.

En este punto preciso Lacan se opone a Freud a propósito de la castración. Lo cito: “Ante lo que el sujeto recula no es ante la castración, es ante el hecho de hacer de su castración lo que le falta al otro, de hacer de ella algo positivo”.

Pienso a este propósito en un caso de mi práctica, el de una niña con doudous (en francés, el “doudou” es un objeto transicional, un peluche, un trozo de tela, algo “dulce-dulce” o “suave-suave”), una muy joven paciente encerrada sobre ella misma con sus “doudous”, para protegerse de la guerra sin cuartel que libraban sus padres para tener su guardia y custodia. Ella ha podido recientemente liberarse de esa situación ansiógena, con su analista como pareja suplementaria en el trío infernal, el día en el que ha podido decir lo que mejor le convenía a ella misma, sin temer la pérdida que eso le ocasionaría a ella y al otro. Ella ha podido decir que ella rechazaba ser lo que estaba en juego en las querellas entre su padre y su madre. Le era imposible “cortarse en dos” para satisfacer las reivindicaciones antagónicas de sus padres. Ella tiene derecho a faltar tanto a uno como al otro. Ella pide que pueda haber falta, que esa falta sea reconocida y aceptada. Su analista la ha sostenido en su enunciación y además sostiene, con ella, las consecuencias.

Al contrario, tal y como ya he recordado, de una manera o de otra, para esas técnicas cognitivo-conductuales que se proponen reeducar a los sujetos sufrientes, no es cuestión, a propósito de un síntoma, de hacer hablar al deseo. Se trata, muy al contrario, de hacer callar al deseo. No se trata de lo que he llamado “el deseo del analista” sino del deseo de ser el amo, es decir, de enderezar, de conformar y de adaptar.

Pero ustedes me preguntarán ¿cómo los sujetos contemporáneos pueden aceptar eso? ¿Qué es esa dimisión que parece contaminarlos como si fuera una epidemia de peste? ¿Cómo es que esas técnicas pseudo-científicas que inundan el mercado de lo mental llegan a implantarse tan fácilmente en la sociedad civil? En otras palabras, ¿dónde están los poetas en estos tiempos de miseria?, se pregunta el poeta Holderlin.

Las respuestas pueden sin duda ser múltiples, pero en lo que a mí respecta, elegiré una de ellas: tal vez los sujetos quieren verse liberados de la cuestión de la causa, ¡justamente de aquella de la que se trata en la angustia! ¿No hay entre esos sujetos una suerte de pereza?

Tal vez quieren que de la función de la causa se encargue el Otro, de la misma forma que, en la religión y desde la noche de los tiempos, se la remite a las manos de un dios, a menudo oscuro. Un dios que siempre les va a pedir más, que pide en particular el sacrificio ciego del objeto del deseo.

¿Por qué no pensar que la ciencia, o más bien, digamos que el cientificismo actual, se ha vuelto una nueva religión?

En un artículo publicado en Francia, en el año 2006, en el “El anti-libro negro del psicoanálisis” que no está traducido, un artículo titulado “Ser o ya no ser”, Clotilde Leguil-Badal, joven filósofa de formación, se cuestiona acerca de esta dimisión del sujeto y sobre su entusiasmo por las neurociencias . La cito:

“¿Qué sentido dar a esta adhesión masiva y sin límites a un discurso que se revuelve contra el individuo mismo? ¿Cómo comprender que la democracia, que permitió en su día emerger la noción de sujeto tanto en lo político como en lo filosófico, se revuelva ahora contra ese mismo sujeto, celebrando esta cientificización de lo humano que anula la idea misma de libertad?”

Más adelante, retomando las tesis de un filósofo francés, Marcel Gauchet, que ha denunciado esa revuelta de la democracia contra ella misma, Clotilde Leguil-Badal precisa que no se trata de condenar el desarrollo de la ciencia, ni el de las neurociencias, sino más bien de invitar a “distinguir, en la ciencia, lo que hay de ejercicio legítimo y lo que hay en su pretensión “metafísica” de dictar al hombre lo que él debe ser”.

“Se trata, prosigue la autora que cito, y nombrando a Michel Foucault, de denunciar la utilización de la ciencia por el poder con fines de domesticación”, es decir la voluntad de hacer de la ciencia una nueva figura de autoridad sobre los sujetos en una época sin referencias.

El forzamiento que se opera a partir de las neurociencias actuales, tiene que ver con una voluntad de totalización “que nos hace pasar, añade ella, de una teoría científica que propone un modelo de inteligibilidad del funcionamiento cerebral, a una ideología”. Y precisamente, como toda ideología, es hostil a cualquier otra”.

El ejercicio del saber se presenta, desde entonces, como el ejercicio de un poder, de un “bio-poder”, como lo llamaba Michel Foucault, que pretende apoderarse de la vida psíquica del individuo. La causalidad biológica toma ventaja en este terreno. El modelo de las neurociencias aligera de manera ilusoria al individuo de la libertad angustiante del psiquismo y de la dimensión de la causa, haciéndole creer, para decirlo claro, que la cuestión de la causa no se plantea. El individuo cree así que está fuera de causa, que él no está implicado en lo que le pasa, que él no es responsable de su destino. Ese modelo le empuja así a renunciar a existir y a olvidar lo que tiene en él de único, de singular, de incomparable.

Ahora bien, el psicoanálisis ha encontrado su expansión en una revuelta a lo que ya era, en los tiempos de Freud, en los tiempos de los progresos científicos del siglo XIX, un intento de cientificización y de servidumbre a los prejuicios de lo cuantificable del ser humano.

Como lo plantea Jacques-Alain Miller en su artículo titulado “La era del hombre sin cualidades”, “el psicoanálisis ha tomado a su cargo el arte del uno por uno (…), no el uno por uno de la numeración, sino el de la restitución de lo único en su singularidad, en lo incomparable”. El psicoanálisis, en efecto, acoge y reconoce, sin temerla “la extrañeza de lo único”, la misma que las neurociencias quieren hacer callar, al oponer, según la bella fórmula de Clotilde, “al inconsciente para cada uno, el cerebro para todos”.

Si el psicoanálisis no objetiva al sujeto ni lo reduce a sus neuronas, ni tampoco apunta a un efecto terapéutico directo, es sin embargo cierto que en los Centros Psicoanalíticos de Consultas y Tratamientos gratuitos de los que les he hablado y que están implantados en el corazón de las ciudades, se dan efectos terapéuticos a veces rápidos.

Y eso ocurre porque la oferta que hacen los analistas, la de hablar, es la oferta de poder conformar una demanda que valga y de constituir un síntoma que sostenga. Y es eso lo que tiene un efecto de alivio. Conformar, en un primer tiempo, una demanda para poder, en un segundo tiempo, aunque no ocurra en todos los casos, atender a la cuestión de la causa e intentar una elucidación de su inconsciente al proseguir, fuera ya del CPCT, una cura analítica.

Se va a ver a un analista porque uno sufre de inhibición, de un síntoma o de la angustia, es decir, de algo que busca decirse. Porque el síntoma habla, es charlatán y pide ser escuchado. De lo que justamente las técnicas cognitivo-conductuales no quieren saber nada, es del deseo del sujeto de ser escuchado ahí donde sufre del síntoma que le es particular, y que hace de él alguien que no se parece a ningún otro.

La condición del psicoanálisis es que un analista sepa escuchar un síntoma tal, es decir que sepa implicarse en ese síntoma o bien devenir él mismo un síntoma que le sea útil al paciente y que ocupe el lugar del síntoma inútil y costoso por el que el sujeto había llegado a consultarle al comienzo.

Si una de las reglas del análisis es la de desangustiar al paciente, ustedes ven que esa regla no es comparable a la de la supresión cuantitativa del síntoma. Apunta a un reconocimiento cualitativo de la palabra. El síntoma tiene un valor de uso para el sujeto pero está asociado a un valor de sufrimiento. Lo que hay que suprimir es este valor de sufrimiento y no su valor de uso que puede, por el contrario, aislarse.
Demos otro ejemplo. El de esa paciente que, por ejemplo, aplastada por el peso de las significaciones que le habían hecho perder la voz, no sólo se alivia al final de su largo análisis, sino que también descubre la relación electiva que ella tenía con las resonancias dulces de la voz. Ella puede entonces servirse de su relación electiva a la voz tomándola a su cargo. Es eso tomar a su cargo la cuestión de la causa. Un sueño le ha hecho, en efecto, descubrir que el cofrecito estaba vacío, que las significaciones aplastantes que le habían sido transmitidas se habían aligerado y disuelto en el trabajo analítico. Por decirlo de otra manera, descubre que esas significaciones hubieran podido no aplastarla si ella hubiera sabido responder a tiempo en vez de desaparecer. Ella no tenía ya necesidad de cultivar ese fantasma de desaparición ni tampoco de someterse a lo que la hacía sufrir. Y ella podía combatir entonces por causas que valieran la pena. La causa analítica, por ejemplo.

Ella había podido, con la ayuda de su analista, transformar aquella voz fuerte que aplastaba, y que es la del superyo, en voz dulce que despierta y que cuestiona.

Les decía, al comenzar esta conferencia, que la vocación política del psicoanálisis es la de saber analizar e interpretar el malestar en la civilización denunciada por Freud. Se traduce así su obra bajo el término literal de “malestar en la cultura”.

¿Qué quiere esta civilización que aplasta al sujeto y que le hace depender de objetos que le reducen al silencio?

Ustedes saben que Freud ha localizado en el corazón del sujeto una pulsión silenciosa fundamental, que llamó pulsión de muerte.

Parecería que es de eso de lo que se trata en esta carrera alocada y glotona de objetos que engulle en silencio la subjetividad moderna y que hace mudos a los sujetos.

Y, ahora, en torno a la cultura… Hubo “la gran muda” que no era otra que el ejército. Hay ahora “la mudita” y esa es la cultura.

Este es el tema de portada del número 9 de la revista Le Nouvelle Âne, este diario dirigido por Jacques-Alain Miller que, para la ocasión, hace de periodista. En ese artículo al que me refiero, redactado por François Regnault para el Forum “en contra de que todo sea cuantificable” y que lleva por título “La mudita”, este “profesor de psicoanálisis” que es, al mismo tiempo, autor, director de escena y dramaturgo, denuncia la afasia y la impotencia de la cultura actual para expresarse ante las exigencias modernas de la contabilidad, de la medida, del peso, incluso en materia artística. Al arte, nos lo recuerda, se le reconocería ahora dependiendo del número de entradas vendidas en el espectáculo, etc.

Los Forum que tendrán lugar en París invitaron a investigadores, escritores, artistas y psicoanalistas a expresarse sobre el fetichismo y el fanatismo de la cifra, sobre la evaluación generalizada, que tienden a someter todos los aspectos y dominios de la existencia, incluido el psy, el saber y la cultura. Denunciarán lo que Jacques-Alain Miller ha llamado “esa casta de amos de la evaluación que se cree en el sentido de la historia”.

En este punto, podríamos leer el poema de Lorca que se encuentra en “Poeta en Nueva York”, de 1930. Un poema que comenta lo que él descubre en la aurora de la ciudad. Una aurora que podríamos rebautizar como "el huracán", a la luz de lo que acabo de evocar. Leo el poema:

La aurora
La aurora de Nueva York tiene
Cuatro columnas de cieno
Y un huracán de negras palomas
Que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
Por las inmensas escaleras
Buscando entre las aristas
Nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
Porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
Taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
Que no habrá paraísos ni amores deshojados ;
Saben que van al cieno de números y leyes,
A los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepulturada por cadenas y ruidos
En impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
Como recién salidas de un naufragio de sangre.

Como decía Hölderlin, el poeta en tiempos de aflicción ha sido, desde siempre, el que anticipaba los rumores de la civilización, aquel que, como un oráculo, los anunciaba. La poesía es nuestro pulmón, es ella la que nos permite respirar porque, aunque en este poema Lorca nos hable de lo que le ahoga, transmite con coraje la toma de posición de no callarse, porque callarse es el peor de los pecados.

Ahora bien, la angustia también tiene que ver con el cuerpo.

Está el pensamiento, está el alma y está el cuerpo. ¿Y qué se hace hoy de los cuerpos, de nuestros cuerpos, si no es separarlos cada día más de los pensamientos? ¿Qué va a ser de los cuerpos en esta modernidad que nos empuja cada vez más a no pensar, es decir, a presentar la dimisión ante el pensamiento?

Me gusta mucho esa expresión de Lacan cuando decía, en una de las pocas emisiones de radio en la que aceptó participar, publicada con el título de Radiofonía, que “el sujeto habita el cuerpo que le otorga el lenguaje”.

Pienso que esta proposición lacaniana puede ayudarnos a comprender por qué el sujeto moderno es un sujeto deprimido. Porque si admitimos que la parte de lo vivo en el cuerpo, no son ni los atributos exteriores de ese cuerpo ni los órganos internos, la que se lo proporcionan, sino que es el lenguaje, y si es la función de la palabra y el campo del lenguaje (tema de otra de las conferencias de Lacan) lo que hace que el ser humano sea humano y que el mundo sea menos inmundo (al revés de lo que él dice en “El triunfo de la religión”), ¿qué va a ser del sujeto al que se le propone tratar su tristeza –tristeza no dantesca, a veces justificada, a veces reveladora de una verdad que viene de su vida—con sustancias químicas que lo aplastan y lo amordazan, en vez de darle la palabra? Abandona su predicado, su ser de sujeto que es, lo hemos visto, el de darle sentido a lo que le pasa y a descubrir ahí, por medio de la invención propia, el goce en causa.

Si, como ha escrito Borges, el peor de los pecados es la tristeza, si él mismo reconoce en su poema “Remordimientos” que el pecado de no haber sido feliz le da inmensos remordimientos, hay respuestas urgentes que oponer a lo que puede llegar a ser, como escribía Heidegger, “una captura por la técnica”.

Y bien, pienso que ustedes estarán de acuerdo conmigo para reconocer al psicoanálisis la virtud de responder y de proponer una respuesta inédita, al dar la palabra al sujeto y hacer de lo que hay de más íntimo lo más precioso, a condición de abrir las posibilidades creadoras que contiene todo sufrimiento, desde el momento en el que es desviada de su inútil nocividad.

Hay un no dejarse reducir a un objeto de consumo avocado a la voracidad, y hay un negarse a ser un espectador pasivo e idiota, en un desecho del sistema de producción, en un impotente que se ignora, en un hablador sin voz, todo eso puede, en efecto, tener alguna virtud de alborozo.

Que las Escuelas de psicoanálisis lacaniano y los CPCT en las ciudades sean reconocidas ya, hoy día, por los poderes públicos, eso da es fuerza y coraje para seguir. Pero no es más que un comienzo. El porvenir no está escrito, como lo decía Jacques-Alain Miller en su anuncio del Forum de París.

Los psicoanalistas no son los únicos insurgentes contra el imperativo de la evaluación que reduce la subjetividad humana. El porvenir está más bien del lado de los creadores. Como decía Holderlin, “el hombre habita esta tierra en poeta”, es decir que la habitación del hombre es la poesía.

Muchas gracias.
(Efusivos y prolongados aplausos)

Traducción de Jesús Ambel

Referencias bibliográficas
. LNA, journal Le Nouvel Ane, n°s 8 et 9, sous la direction de Jacques-Alain Miller, Paris, novembre-décembre 2007
. Agnès Aflao, Désinformation, en LNA 8
. Lacan, J., El Seminario. Libro X. La angustia. Paidós, Buenos Aires, 2005
. Leguil-Badal, C., « Être ou ne plus être », en L’anti-livre noir de la psychanalyse, sous la direction de Jacques-Alain Miller, Paris, Seuil, 2006, p. 241-256
. Miller, J-A., “La era del hombre sin cualidades”, en Freudiana nº 45, revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis publicada en Barcelona, Paidos, Barcelona, 2005, p. 7-41
. Miller, J-A., Cause et consentement, Curso inédito, 1987
. Lacan, J., Radiofonía & Televisión, Anagrama. Barcelona.
. Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidos, Buenos Aires, 2005
. Palomera, V., L’École du champ freudien de Barcelone, Tresses n°3, ACF- Aquitania, sept 1999
. García Lorca, F., Obras completas, Galaxia Gutenberg, Madrid, 1996
. Borges, J. L., El remordimiento (poema)
. Holderlin F., « Pourquoi des poètes », cité par Martin Heidegger in Chemins qui ne mènent nulle part, Paris, coll tel Gallimard, 1996, et aussi « En bleu agréable » Rivages Poches/ Petite bibliothèque, mars 2004


*****************
El remordimiento
Jorge Luis Borges

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.


 

INICIO DE PÁGINA  ||  PORTADA