[A la entrada
de la Sala, los asistentes recibieron una copia de los poemas
de Lorca y de Borges]
En
el título de la conferencia habrán reconocido, sin
duda, una frase extraída del poema de Federico García
Lorca titulado “La aurora”, que me ha enviado nuestro
amigo Jesús Ambel cuando él supo que vendría
a hablar aquí esta tarde.
Les
agradezco entonces a los responsables del Espacio Campo Freudiano
en Granada por la invitación a impartir esta Conferencia.
Pido disculpas por mi castellano, el primer día que llego
a España tengo más dificultades para hablar castellano
que el segundo día que ya lo recuerdo mejor.
Me
alegro de esta invitación que me ha hecho trabajar sobre
las tres dimensiones de la angustia en psicoanálisis, tres
dimensiones que tratamos de anudar en la enseñanza, la
clínica, la epistémica y la política.
Les
propongo tomar en consideración la importancia de este
afecto de la angustia a propósito de una campaña
muy actual, autodenominada “de información sobre
la depresión” que está teniendo lugar en Europa
y, de paso, redefinir la función del psicoanálisis
en relación a la civilización de una época,
la nuestra, que querría tender hacia un nuevo higienismo.
En
el año 2004 se editó en Francia el décimo
Seminario de Jacques Lacan, titulado “La angustia”.
La edición del volumen no se hizo en un momento cualquiera.
Se hizo en el momento de la revelación de un proyecto estatal
de reglamentación de las psicoterapias y de promoción
de esas tesis pseudocientíficas que constituyen las técnicas
cognitivo-conductuales, las TCC.
Ese
proyecto tenía claramente como objetivo atacar al psicoanálisis,
descalificarlo ante la opinión pública a través
de falsas evaluaciones, en resumen, para hacerlo desparecer, a
corto plazo, de la escena cultural.
La
publicación de ese Seminario de Lacan sobre la angustia
se hizo, pues, no sólo a nivel clínico, sino también
a nivel político, como una respuesta y, a la vez, como
un arma de combate, porque ese Seminario pone en valor que el
fenómeno subjetivo de la angustia es una respuesta al deseo
del Otro. En este caso concreto del que les hablo, se trataba
de un deseo malo del Otro del poder científico que no sólo
angustia a los psicoanalistas, sino también a los intelectuales,
a los artistas y a los investigadores.
Este
Seminario es una respuesta, en consecuencia, a un “¿Qué
me quiere el Otro?” que, a fin de cuentas, no es tranquilizadora.
En este caso la respuesta es que el Otro quiere mi desaparición.
El
psicoanálisis es un hijo de las Luces.
Eso
significa que su orientación se opone, en el fondo, a las
perspectivas que son contrarias al espíritu de las Luces
y que representan, en nuestra época, la mundialización
y la mercantilización del espíritu humano.
La
orientación del psicoanálisis consiste pues en defender
la dignidad del sujeto en tanto que ser hablante y en dar una
función a sus síntomas en el actual movimiento del
mundo. Por ejemplo, dar al síntoma una función de
respuesta.
Como
nos lo recuerda Juan Carlos Ríos, citando a Jacques-Alain
Miller, en el trabajo clínico que expondrá mañana
en la mañana, -- “Hay un sujeto cuando hay sentido,
el sentido que el sujeto es capaz de dar a lo que hace y a lo
que dice. Es lo que nosotros llamamos posición subjetiva”.
Es
lo que pasa en un análisis: hay una posición del
sujeto.
A
propósito de nuestro sujeto de hoy, ¿cómo
aborda el psicoanálisis la relación a la angustia?
Para
el psicoanálisis, esa relación concierne al deseo.
Hay un deseo en juego en ese fenómeno del cuerpo que es
la angustia, un deseo que angustia al sujeto. Ese deseo puede
ser, por ejemplo, el deseo de reducir al otro al silencio. Eso
no significa que la angustia esté siempre provocada por
el deseo de reducir al otro al silencio, sino que hay una relación
entre la angustia y lo que reduce al silencio –alguien,
algo, una situación, un acontecimiento, una palabra desgraciada.
Ahora bien, el deseo que está en juego en un psicoanalista
es, en lo que a él respecta, el deseo de hacer hablar al
sujeto, a fin de iluminar su posición.
En
su Seminario sobre La angustia, Lacan nos dice que la función
angustiante del deseo del Otro viene de esto, -- que yo no sé
qué objeto soy para ese deseo. Y es ese no saber el que
no sólo angustia sino que también deprime.
El
psicoanalista de hoy es aquel que ha respondido a las tres preguntas
planteadas por Jacques-Alain Miller a Lacan en “Televisión”:
“¿Qué puedo saber?, ¿Qué debo
hacer?, ¿Qué me está permitido esperar?”.
Recuerdo
un artículo que Vicente Palomera escribió en el
momento de la creación, en España, de la nueva Escuela
Lacaniana de Psicoanálisis. Respondía a esas tres
preguntas éticas, señalando que, en el campo abierto
por el psicoanálisis, el saber concernía al defecto,
es decir a lo que falta; que el hacer era una cuestión
de posición, de tomar posición; y que la esperanza
era la de tomar parte en el debate democrático contra todas
las formas de segregación. Esas tres respuestas son muy
actuales en la época contemporánea del “todo
cuantificable”. Volveré más adelante a este
tema, a propósito de esa campaña de desinformación
que hace estragos en Francia sobre el tema de la depresión,
una campaña sostenida por laboratorios farmacéuticos
y en la que se han puesto en marcha enormes medios financieros
de la Hacienda pública.
Un
psicoanalista debe ser, me parece, el que ha cernido e identificado
ese objeto que está en causa en el deseo, tanto el suyo
como el del Otro, y que, en la ocasión, es la causa de
su angustia. Un psicoanalista sabe, en principio, cómo
hacer con eso para hacerse, para otro sujeto, el soporte de ese
objeto. Haber franqueado ese punto de angustia, precisamente por
haberlo nombrado, precisamente por haber levantado el velo del
desconocimiento del objeto que él era para el Otro y precisamente
por haberse separado, por haber cesado de ser un cautivo de él,
eso autoriza al analista a prestarse a un cierto uso que su paciente
puede hacer de él para descifrar su inconsciente.
Esta
cuestión del uso del analista-objeto es de una brillante
actualidad, porque hoy día los analistas lacanianos han
salido de sus consultas de analistas para recibir pacientes en
los Centros Psicoanalíticos de Consultas y Tratamientos,
los CPCT, centros gratuitos y de terapias breves que se han creado
en los corazones de las ciudades, por iniciativa de las Escuelas
lacanianas de psicoanálisis.
Es
una de las respuestas que el psicoanálisis propone al malestar
en la civilización tal y como nos lo ha transmitido Freud.
Es una respuesta activa, es decir que se sitúa en la acción
lacaniana y que, en consecuencia, se produce en acto, el acto
del analista.
Pero
volvamos a la angustia.
En
su Seminario, Lacan recuerda que ha provocado la indignación
cuando ha puesto en cuestión el concepto de curación:
“Es muy cierto, nos dice, que nuestra justificación,
así como nuestro deber, es mejorar la posición del
sujeto. Pero yo sostengo que nada es más vacilante, en
el campo en el que nos encontramos, que el concepto de curación”.
(p. 68).
¿Qué
significa esto?
Voy
a tratar de transmitirles de manera sencilla algo que es complicado
y que concierne al objeto.
En
la era de la aceleración de la ciencia, de la extensión
de la técnica y de la renovación incesante de los
objetos que nos arrastran a los sujetos, paradójicamente
cada vez más insatisfechos, a una loca carrera de consumo,
Lacan invita a los psicoanalistas a privilegiar un objeto, el
objeto llamado “causa del deseo” y a poner el acento
sobre una función que es la función de la falta.
Los principios del psicoanálisis se fundan, en efecto,
sobre la exigencia de encontrar la “causalidad psíquica”
en lo que hace al sufrimiento humano. La causalidad psíquica
no es la causalidad biológica. Vemos que una exigencia
tal no va sin relación con la puesta en juego de la responsabilidad
del sujeto. Pero desde que nos situamos en el campo del psicoanálisis,
reencontrar esa causalidad significa, esencialmente, dar su lugar
en el discurso del sujeto, a la causa.
Por
oposición, querer reeducar al sujeto en el marco de protocolos
preestablecidos, querer curarlo con medicación y condicionamiento
y, por eso mismo, suprimir la dimensión de la existencia
del sujeto en tanto que sujeto de la enunciación, en tanto
que sujeto del decir, es justamente querer suprimir la función
de la causa.
Pero
también es querer suprimir al psicoanálisis como
recurso posible, como lo señala Agnès Aflalo, psicoanalista
en París, en su bello artículo sobre la depresión
que aparece en el número 8 de una revista que se llama
Le Nouvel Âne (LNA). Es más, ella dice que hoy día,
si hablamos de los recursos disponibles, lo que se ventila en
la salud pública es la prevención de todo tipo de
intentos de suicidio que conciernen tanto a los adultos como a
los adolescentes e, incluso, a los niños de corta edad.
“Reducir
lo humano a una cadena de neuronas y de neurotransmisores, es
no sólo reducirlo a la servidumbre es, también,
condenarlo a la depresión definitiva”, concluye la
autora.
De
hecho, esta campaña francesa sobre la depresión
tiene como fin aterrorizar a la población, asimilando la
tristeza a la melancolía y empujándola al consumo
de medicamentos.
Recordemos
a Lacan cuando, en su texto titulado “Televisión”,
se apoya en Dante y asocia así el afecto de la tristeza
al pecado de cobardía moral. Si seguimos a Dante en su
Divina Comedia, el pecado es pecado de lentitud, de torpeza de
entendimiento del espíritu. Dante acerca, en efecto, la
tristeza de la lentitud a la pereza. Por eso el pecador es condenado,
en el Infierno de Dante, al castigo de una prisa que nunca se
detiene y que llamamos la manía. El problema de la depresión,
si lo tomamos desde este ángulo, es un problema de temporalidad.
En su Seminario sobre La angustia, Lacan aborda la temporalidad
con la ayuda de un cuadro en el que aparecen repartidos los afectos
según la aceleración o el enlentecimiento. El síntoma
es situado ahí, por ejemplo, como lo que estorba, lo que
se pone de través en nuestro camino, lo que nos ralentiza
y termina por deprimirnos. De hecho, el único remedio a
la depresión, es el tiempo del deseo, es esa pasión
que es el deseo.
Pero
sabemos, por Lacan, que el deseo no va sin relación con
la falta. Y nos dice que la angustia surge en un sujeto, precisamente,
cuando eso no falta, es decir, cuando la falta falta.
Lo
cito (p. 64): “Lo más angustiante que hay para el
niño se produce, precisamente, cuando la relación
sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce
deseo, es perturbada, y ésta es perturbada al máximo
cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre siempre
encima”.
Esto
es lo que sucede en nuestra sociedad hipermoderna. Esa carrera
loca del consumo, lejos de apaciguar las aspiraciones y las frustraciones
de los consumidores, no cesa de ahondar en el agujero de la falta,
de una falta de goce que no puede ser colmada. Es como si tuviéramos
a la madre siempre encima.
En
este punto preciso Lacan se opone a Freud a propósito de
la castración. Lo cito: “Ante lo que el sujeto recula
no es ante la castración, es ante el hecho de hacer de
su castración lo que le falta al otro, de hacer de ella
algo positivo”.
Pienso
a este propósito en un caso de mi práctica, el de
una niña con doudous (en francés, el “doudou”
es un objeto transicional, un peluche, un trozo de tela, algo
“dulce-dulce” o “suave-suave”), una muy
joven paciente encerrada sobre ella misma con sus “doudous”,
para protegerse de la guerra sin cuartel que libraban sus padres
para tener su guardia y custodia. Ella ha podido recientemente
liberarse de esa situación ansiógena, con su analista
como pareja suplementaria en el trío infernal, el día
en el que ha podido decir lo que mejor le convenía a ella
misma, sin temer la pérdida que eso le ocasionaría
a ella y al otro. Ella ha podido decir que ella rechazaba ser
lo que estaba en juego en las querellas entre su padre y su madre.
Le era imposible “cortarse en dos” para satisfacer
las reivindicaciones antagónicas de sus padres. Ella tiene
derecho a faltar tanto a uno como al otro. Ella pide que pueda
haber falta, que esa falta sea reconocida y aceptada. Su analista
la ha sostenido en su enunciación y además sostiene,
con ella, las consecuencias.
Al
contrario, tal y como ya he recordado, de una manera o de otra,
para esas técnicas cognitivo-conductuales que se proponen
reeducar a los sujetos sufrientes, no es cuestión, a propósito
de un síntoma, de hacer hablar al deseo. Se trata, muy
al contrario, de hacer callar al deseo. No se trata de lo que
he llamado “el deseo del analista” sino del deseo
de ser el amo, es decir, de enderezar, de conformar y de adaptar.
Pero
ustedes me preguntarán ¿cómo los sujetos
contemporáneos pueden aceptar eso? ¿Qué es
esa dimisión que parece contaminarlos como si fuera una
epidemia de peste? ¿Cómo es que esas técnicas
pseudo-científicas que inundan el mercado de lo mental
llegan a implantarse tan fácilmente en la sociedad civil?
En otras palabras, ¿dónde están los poetas
en estos tiempos de miseria?, se pregunta el poeta Holderlin.
Las
respuestas pueden sin duda ser múltiples, pero en lo que
a mí respecta, elegiré una de ellas: tal vez los
sujetos quieren verse liberados de la cuestión de la causa,
¡justamente de aquella de la que se trata en la angustia!
¿No hay entre esos sujetos una suerte de pereza?
Tal
vez quieren que de la función de la causa se encargue el
Otro, de la misma forma que, en la religión y desde la
noche de los tiempos, se la remite a las manos de un dios, a menudo
oscuro. Un dios que siempre les va a pedir más, que pide
en particular el sacrificio ciego del objeto del deseo.
¿Por
qué no pensar que la ciencia, o más bien, digamos
que el cientificismo actual, se ha vuelto una nueva religión?
En
un artículo publicado en Francia, en el año 2006,
en el “El anti-libro negro del psicoanálisis”
que no está traducido, un artículo titulado “Ser
o ya no ser”, Clotilde Leguil-Badal, joven filósofa
de formación, se cuestiona acerca de esta dimisión
del sujeto y sobre su entusiasmo por las neurociencias . La cito:
“¿Qué
sentido dar a esta adhesión masiva y sin límites
a un discurso que se revuelve contra el individuo mismo? ¿Cómo
comprender que la democracia, que permitió en su día
emerger la noción de sujeto tanto en lo político
como en lo filosófico, se revuelva ahora contra ese mismo
sujeto, celebrando esta cientificización de lo humano que
anula la idea misma de libertad?”
Más
adelante, retomando las tesis de un filósofo francés,
Marcel Gauchet, que ha denunciado esa revuelta de la democracia
contra ella misma, Clotilde Leguil-Badal precisa que no se trata
de condenar el desarrollo de la ciencia, ni el de las neurociencias,
sino más bien de invitar a “distinguir, en la ciencia,
lo que hay de ejercicio legítimo y lo que hay en su pretensión
“metafísica” de dictar al hombre lo que él
debe ser”.
“Se
trata, prosigue la autora que cito, y nombrando a Michel Foucault,
de denunciar la utilización de la ciencia por el poder
con fines de domesticación”, es decir la voluntad
de hacer de la ciencia una nueva figura de autoridad sobre los
sujetos en una época sin referencias.
El
forzamiento que se opera a partir de las neurociencias actuales,
tiene que ver con una voluntad de totalización “que
nos hace pasar, añade ella, de una teoría científica
que propone un modelo de inteligibilidad del funcionamiento cerebral,
a una ideología”. Y precisamente, como toda ideología,
es hostil a cualquier otra”.
El
ejercicio del saber se presenta, desde entonces, como el ejercicio
de un poder, de un “bio-poder”, como lo llamaba Michel
Foucault, que pretende apoderarse de la vida psíquica del
individuo. La causalidad biológica toma ventaja en este
terreno. El modelo de las neurociencias aligera de manera ilusoria
al individuo de la libertad angustiante del psiquismo y de la
dimensión de la causa, haciéndole creer, para decirlo
claro, que la cuestión de la causa no se plantea. El individuo
cree así que está fuera de causa, que él
no está implicado en lo que le pasa, que él no es
responsable de su destino. Ese modelo le empuja así a renunciar
a existir y a olvidar lo que tiene en él de único,
de singular, de incomparable.
Ahora
bien, el psicoanálisis ha encontrado su expansión
en una revuelta a lo que ya era, en los tiempos de Freud, en los
tiempos de los progresos científicos del siglo XIX, un
intento de cientificización y de servidumbre a los prejuicios
de lo cuantificable del ser humano.
Como
lo plantea Jacques-Alain Miller en su artículo titulado
“La era del hombre sin cualidades”, “el psicoanálisis
ha tomado a su cargo el arte del uno por uno (…), no el
uno por uno de la numeración, sino el de la restitución
de lo único en su singularidad, en lo incomparable”.
El psicoanálisis, en efecto, acoge y reconoce, sin temerla
“la extrañeza de lo único”, la misma
que las neurociencias quieren hacer callar, al oponer, según
la bella fórmula de Clotilde, “al inconsciente para
cada uno, el cerebro para todos”.
Si
el psicoanálisis no objetiva al sujeto ni lo reduce a sus
neuronas, ni tampoco apunta a un efecto terapéutico directo,
es sin embargo cierto que en los Centros Psicoanalíticos
de Consultas y Tratamientos gratuitos de los que les he hablado
y que están implantados en el corazón de las ciudades,
se dan efectos terapéuticos a veces rápidos.
Y
eso ocurre porque la oferta que hacen los analistas, la de hablar,
es la oferta de poder conformar una demanda que valga y de constituir
un síntoma que sostenga. Y es eso lo que tiene un efecto
de alivio. Conformar, en un primer tiempo, una demanda para poder,
en un segundo tiempo, aunque no ocurra en todos los casos, atender
a la cuestión de la causa e intentar una elucidación
de su inconsciente al proseguir, fuera ya del CPCT, una cura analítica.
Se
va a ver a un analista porque uno sufre de inhibición,
de un síntoma o de la angustia, es decir, de algo que busca
decirse. Porque el síntoma habla, es charlatán y
pide ser escuchado. De lo que justamente las técnicas cognitivo-conductuales
no quieren saber nada, es del deseo del sujeto de ser escuchado
ahí donde sufre del síntoma que le es particular,
y que hace de él alguien que no se parece a ningún
otro.
La
condición del psicoanálisis es que un analista sepa
escuchar un síntoma tal, es decir que sepa implicarse en
ese síntoma o bien devenir él mismo un síntoma
que le sea útil al paciente y que ocupe el lugar del síntoma
inútil y costoso por el que el sujeto había llegado
a consultarle al comienzo.
Si
una de las reglas del análisis es la de desangustiar al
paciente, ustedes ven que esa regla no es comparable a la de la
supresión cuantitativa del síntoma. Apunta a un
reconocimiento cualitativo de la palabra. El síntoma tiene
un valor de uso para el sujeto pero está asociado a un
valor de sufrimiento. Lo que hay que suprimir es este valor de
sufrimiento y no su valor de uso que puede, por el contrario,
aislarse.
Demos otro ejemplo. El de esa paciente que, por ejemplo, aplastada
por el peso de las significaciones que le habían hecho
perder la voz, no sólo se alivia al final de su largo análisis,
sino que también descubre la relación electiva que
ella tenía con las resonancias dulces de la voz. Ella puede
entonces servirse de su relación electiva a la voz tomándola
a su cargo. Es eso tomar a su cargo la cuestión de la causa.
Un sueño le ha hecho, en efecto, descubrir que el cofrecito
estaba vacío, que las significaciones aplastantes que le
habían sido transmitidas se habían aligerado y disuelto
en el trabajo analítico. Por decirlo de otra manera, descubre
que esas significaciones hubieran podido no aplastarla si ella
hubiera sabido responder a tiempo en vez de desaparecer. Ella
no tenía ya necesidad de cultivar ese fantasma de desaparición
ni tampoco de someterse a lo que la hacía sufrir. Y ella
podía combatir entonces por causas que valieran la pena.
La causa analítica, por ejemplo.
Ella
había podido, con la ayuda de su analista, transformar
aquella voz fuerte que aplastaba, y que es la del superyo, en
voz dulce que despierta y que cuestiona.
Les
decía, al comenzar esta conferencia, que la vocación
política del psicoanálisis es la de saber analizar
e interpretar el malestar en la civilización denunciada
por Freud. Se traduce así su obra bajo el término
literal de “malestar en la cultura”.
¿Qué
quiere esta civilización que aplasta al sujeto y que le
hace depender de objetos que le reducen al silencio?
Ustedes
saben que Freud ha localizado en el corazón del sujeto
una pulsión silenciosa fundamental, que llamó pulsión
de muerte.
Parecería
que es de eso de lo que se trata en esta carrera alocada y glotona
de objetos que engulle en silencio la subjetividad moderna y que
hace mudos a los sujetos.
Y,
ahora, en torno a la cultura… Hubo “la gran muda”
que no era otra que el ejército. Hay ahora “la mudita”
y esa es la cultura.
Este
es el tema de portada del número 9 de la revista Le Nouvelle
Âne, este diario dirigido por Jacques-Alain Miller que,
para la ocasión, hace de periodista. En ese artículo
al que me refiero, redactado por François Regnault para
el Forum “en contra de que todo sea cuantificable”
y que lleva por título “La mudita”, este “profesor
de psicoanálisis” que es, al mismo tiempo, autor,
director de escena y dramaturgo, denuncia la afasia y la impotencia
de la cultura actual para expresarse ante las exigencias modernas
de la contabilidad, de la medida, del peso, incluso en materia
artística. Al arte, nos lo recuerda, se le reconocería
ahora dependiendo del número de entradas vendidas en el
espectáculo, etc.
Los
Forum que tendrán lugar en París invitaron a investigadores,
escritores, artistas y psicoanalistas a expresarse sobre el fetichismo
y el fanatismo de la cifra, sobre la evaluación generalizada,
que tienden a someter todos los aspectos y dominios de la existencia,
incluido el psy, el saber y la cultura. Denunciarán lo
que Jacques-Alain Miller ha llamado “esa casta de amos de
la evaluación que se cree en el sentido de la historia”.
En
este punto, podríamos leer el poema de Lorca que se encuentra
en “Poeta en Nueva York”, de 1930. Un poema que comenta
lo que él descubre en la aurora de la ciudad. Una aurora
que podríamos rebautizar como "el huracán",
a la luz de lo que acabo de evocar. Leo el poema:
La
aurora
La aurora de Nueva York tiene
Cuatro columnas de cieno
Y un huracán de negras palomas
Que chapotean en las aguas podridas.
La
aurora de Nueva York gime
Por las inmensas escaleras
Buscando entre las aristas
Nardos de angustia dibujada.
La
aurora llega y nadie la recibe en su boca
Porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
Taladran y devoran abandonados niños.
Los
primeros que salen comprenden con sus huesos
Que no habrá paraísos ni amores deshojados ;
Saben que van al cieno de números y leyes,
A los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La
luz es sepulturada por cadenas y ruidos
En impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
Como recién salidas de un naufragio de sangre.
Como
decía Hölderlin, el poeta en tiempos de aflicción
ha sido, desde siempre, el que anticipaba los rumores de la civilización,
aquel que, como un oráculo, los anunciaba. La poesía
es nuestro pulmón, es ella la que nos permite respirar
porque, aunque en este poema Lorca nos hable de lo que le ahoga,
transmite con coraje la toma de posición de no callarse,
porque callarse es el peor de los pecados.
Ahora
bien, la angustia también tiene que ver con el cuerpo.
Está
el pensamiento, está el alma y está el cuerpo. ¿Y
qué se hace hoy de los cuerpos, de nuestros cuerpos, si
no es separarlos cada día más de los pensamientos?
¿Qué va a ser de los cuerpos en esta modernidad
que nos empuja cada vez más a no pensar, es decir, a presentar
la dimisión ante el pensamiento?
Me
gusta mucho esa expresión de Lacan cuando decía,
en una de las pocas emisiones de radio en la que aceptó
participar, publicada con el título de Radiofonía,
que “el sujeto habita el cuerpo que le otorga el lenguaje”.
Pienso
que esta proposición lacaniana puede ayudarnos a comprender
por qué el sujeto moderno es un sujeto deprimido. Porque
si admitimos que la parte de lo vivo en el cuerpo, no son ni los
atributos exteriores de ese cuerpo ni los órganos internos,
la que se lo proporcionan, sino que es el lenguaje, y si es la
función de la palabra y el campo del lenguaje (tema de
otra de las conferencias de Lacan) lo que hace que el ser humano
sea humano y que el mundo sea menos inmundo (al revés de
lo que él dice en “El triunfo de la religión”),
¿qué va a ser del sujeto al que se le propone tratar
su tristeza –tristeza no dantesca, a veces justificada,
a veces reveladora de una verdad que viene de su vida—con
sustancias químicas que lo aplastan y lo amordazan, en
vez de darle la palabra? Abandona su predicado, su ser de sujeto
que es, lo hemos visto, el de darle sentido a lo que le pasa y
a descubrir ahí, por medio de la invención propia,
el goce en causa.
Si,
como ha escrito Borges, el peor de los pecados es la tristeza,
si él mismo reconoce en su poema “Remordimientos”
que el pecado de no haber sido feliz le da inmensos remordimientos,
hay respuestas urgentes que oponer a lo que puede llegar a ser,
como escribía Heidegger, “una captura por la técnica”.
Y
bien, pienso que ustedes estarán de acuerdo conmigo para
reconocer al psicoanálisis la virtud de responder y de
proponer una respuesta inédita, al dar la palabra al sujeto
y hacer de lo que hay de más íntimo lo más
precioso, a condición de abrir las posibilidades creadoras
que contiene todo sufrimiento, desde el momento en el que es desviada
de su inútil nocividad.
Hay
un no dejarse reducir a un objeto de consumo avocado a la voracidad,
y hay un negarse a ser un espectador pasivo e idiota, en un desecho
del sistema de producción, en un impotente que se ignora,
en un hablador sin voz, todo eso puede, en efecto, tener alguna
virtud de alborozo.
Que
las Escuelas de psicoanálisis lacaniano y los CPCT en las
ciudades sean reconocidas ya, hoy día, por los poderes
públicos, eso da es fuerza y coraje para seguir. Pero no
es más que un comienzo. El porvenir no está escrito,
como lo decía Jacques-Alain Miller en su anuncio del Forum
de París.
Los
psicoanalistas no son los únicos insurgentes contra el
imperativo de la evaluación que reduce la subjetividad
humana. El porvenir está más bien del lado de los
creadores. Como decía Holderlin, “el hombre habita
esta tierra en poeta”, es decir que la habitación
del hombre es la poesía.
Muchas
gracias.
(Efusivos y prolongados aplausos)
Traducción
de Jesús Ambel
Referencias
bibliográficas
. LNA, journal Le Nouvel Ane, n°s 8 et 9, sous la direction
de Jacques-Alain Miller, Paris, novembre-décembre 2007
. Agnès Aflao, Désinformation, en LNA 8
. Lacan, J., El Seminario. Libro X. La angustia. Paidós,
Buenos Aires, 2005
. Leguil-Badal, C., « Être ou ne plus être »,
en L’anti-livre noir de la psychanalyse, sous la direction
de Jacques-Alain Miller, Paris, Seuil, 2006, p. 241-256
. Miller, J-A., “La era del hombre sin cualidades”,
en Freudiana nº 45, revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis
publicada en Barcelona, Paidos, Barcelona, 2005, p. 7-41
. Miller, J-A., Cause et consentement, Curso inédito, 1987
. Lacan, J., Radiofonía & Televisión, Anagrama.
Barcelona.
. Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidos, Buenos
Aires, 2005
. Palomera, V., L’École du champ freudien de Barcelone,
Tresses n°3, ACF- Aquitania, sept 1999
. García Lorca, F., Obras completas, Galaxia Gutenberg,
Madrid, 1996
. Borges, J. L., El remordimiento (poema)
. Holderlin F., « Pourquoi des poètes », cité
par Martin Heidegger in Chemins qui ne mènent nulle part,
Paris, coll tel Gallimard, 1996, et aussi « En bleu agréable
» Rivages Poches/ Petite bibliothèque, mars 2004
*****************
El remordimiento
Jorge Luis Borges
He
cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis
padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no
fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me
legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
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