Vilma Coccoz
Cómo
actuar con el propio ser
Por Cristina Sánchez
Cómo actuar con el propio ser es cómo
actúa el analista con su persona.
Lacan indica que la política del psicoanálisis tiene
que ver con el ser del analista y en la política el analista
haría mejor en actuar desde la falta en ser. Por otra parte,
para Jacques-Alain Miller la política del analista se diseña
en función de los fines del psicoanálisis. Lacan
durante toda su enseñanza se preocupó por la conexión
entre la práctica en intensión con los analizantes
y la extensión del psicoanálisis –la relación
con la causa analítica.
Hoy día respecto al tratamiento de los
síntomas hay dos políticas: la política psicoanalítica
y la política cognitivista.
La política cognitivista está vinculada a la psicología,
a la psiquiatría organicista, es decir, a todo aquello
que rechaza la dimensión del inconsciente y reduce el síntoma
a un trastorno, prescindiendo totalmente de la palabra del sujeto.
Un ejemplo de ello es la hiperactividad y su tratamiento con Rubifén.
La política del psicoanálisis considera que la violencia
es un síntoma que responde a una lógica, a una causa,
y por tanto la respuesta no es fácil (desde luego no es
médica ni policial). La violencia es intrínseca
al sujeto: la agresividad en la relación al otro es esencialmente
una de las manifestaciones de la pulsión de muerte.
Freud y Lacan nos han enseñado que en la consideración
del síntoma desde el psicoanálisis es preciso tener
en cuenta el inconsciente y la pulsión de muerte. Lo que
Freud llamó las pulsiones Lacan lo llama el goce.
Lacan define la praxis como toda acción
destinada a tratar lo real por lo simbólico. Lo real es
lo imposible. Actualmente es imposible civilizar a ciertos niños,
a ciertos jóvenes con el esquema tradicional de autoridad.
Además, lo peor del Nombre del Padre, lo peor de la autoridad,
empieza a despertar ahora y en nombre de la reeducación
se ejerce un alto nivel de sadismo, por ejemplo, en las instituciones
para jóvenes delictivos.
La respuesta de Lacan a cómo debe actuar
el analista con su persona, es mediante el uso clínico
del Superyó porque el analista puede encarnar una figura
superyoica siendo autoritario pero también siendo permisivo.
Lacan advierte sobre las nuevas formas del Superyó; son
las que tenemos precisamente ahora, en la sociedad donde la civilización
no se rige por una ética de la renuncia sino por un empuje,
por un derecho a la satisfacción.
La asociación libre no es el empuje a
la impudicia, no significa el empuje a decirlo todo de cualquier
manera. Lacan acaba definiendo la ética del psicoanálisis
como la ética del bien decir. Decir política del
síntoma, ética de la praxis, significa tratamiento
del goce.
El analista no le dice al paciente cuál
es su bien. Es el propio paciente el que lo irá definiendo
a lo largo de su análisis.
Una primera orientación para el psicoanálisis es
que el goce y la pulsión de muerte es el mal y el deseo
es el bien.
Ferenczi, analizante de Freud, fue el primer
analista que se preocupó por la cuestión del ser
del analista en su texto Introyección y Transferencia.
Ida Macalpine y Ella Sharpe son otras analistas elogiadas por
Lacan en La Dirección de la cura. Para Ferenczi la transferencia
es un caso especial de desplazamiento de los neuróticos
respecto a los conflictos que actúan en su inconsciente,
definidos éstos como un placer que se ha vuelto displacentero.
Es lo que ocurre con el Complejo de Edipo.
El mecanismo psíquico en la neurosis es la introyección:
el neurótico en un intento de atenuar los afectos flotantes
que están sobre sí mismo los desplaza, ampliando
así su mundo exterior. Su yo está patológicamente
dilatado, es la alienacion del neurótico.
El mecanismo psíquico en la psicosis es la proyección:
se produce una contracción del yo del psicótico,
que confiere a cada uno de los objetos del mundo exterior sólo
un valor subjetivo, es lo que llamamos significación personal.
El origen del aparato psíquico es completamente
autoerótico: el sujeto solo se busca su satisfacción,
y en un segundo momento introyecta los objetos (lo que Freud llamaba
la relación de objeto) que toman un valor libidinal y hacen
posible una renuncia parcial al autoerotismo.
El neurótico en la transferencia introyecta, absorbe al
analista en su economía libidinal y por eso la persona
del analista va a estar sujeta completamente a la transferencia.
En la transferencia se encarna la problemática esencial
que tiene el sujeto en la relación al otro con toda su
complejidad.
Se produce la inclusión del analista en el síntoma
y éste deberá deducir qué tipo de presencia
libidinal tiene para poder orientar la problemática del
deseo del sujeto.
El analista es el único partenaire del sujeto que responde,
si hay suerte, y lo hace no en el sentido del fantasma del sujeto
(la realidad se estructura por el fantasma, luego la transferencia
también), sino que responde tratando de lograr una separación
de esa modalidad de relación al otro de la que padece el
sujeto. Para ello debe localizar cuál es el partenaire
inconsciente del sujeto y no responder como tal.
El analista también padece de la falta
en ser y es desde su falta en ser desde donde debe actuar (dejando
su persona, sus preferencias, sus prejuicios, sus fantasmas, a
un lado).
La paradoja es que la falta en ser del analizante
es la pasión del neurótico, ya que se aferra con
pasión a su falta de ser: a su castración imaginaria.
La primera vez que Lacan define el deseo del
analista como eje operativo de la acción del psicoanálisis
es en La Dirección de la cura. Es un deseo vaciado de su
persona gracias a su propio análisis. El deseo es concebido
como la falta en ser. La resolución del problema existencial
del ser hablante es llegar a la aporía del deseo: la falta
en ser es una condición estructural.
Ella Sharpe destaca del neurótico la necesidad
de justificar su existencia mediante el sufrimiento, mediante
los síntomas. El neurótico que más se justifica
es el que padece de su sentimiento de culpa, que padece de su
Superyó. El psicótico ha desistido de justificar
su existencia.
Actualmente, el sujeto al final de su análisis
ha justificado su existencia y lo dice de la siguiente manera:
“Soy como soy, soy como gozo”. Es una certeza a la
que llega el sujeto para la cual ha tenido que separarse del otro.
En los casos de psicosis Ella Sharpe indica que
no hay que tratar el inconsciente, sino el Superyó. Es
la definición lacaniana del tratamiento de la psicosis:
rectificar la posición del otro (si el otro es superyoico,
mortificante, el analista debe tratar al psicótico desde
una posición no neutral sino próxima).
En los casos de neurosis obsesiva Ella Sharpe
advierte que el analista debe aceptar el ritmo que marca el sujeto:
autocastigo, aflicción y arrepentimiento. Es su pasión
por la falta imaginaria y no debe interpretarse.
La muerte vinculada al deseo es una de las problemáticas
obsesivas por excelencia. La oblatividad del obsesivo es colmar
el deseo del otro aunque eso signifique la muerte de su propio
deseo. El obsesivo se queda vacío frente al Otro, no el
semejante, sino el Otro como inconsciente, a los significantes
de su deseo. El inconsciente angustia precisamente porque no es
un semejante, angustia porque son significantes. La estrategia
del obsesivo respecto a la castración y el inconsciente
hace que la falta del inconsciente se presente siempre como algo
espantoso. Esta falta apunta a la resolución de su problema
esencial, que es el problema del deseo.
La pasión del neurótico por justificar
su existencia, la pasión incluso por los sentimientos de
culpabilidad y de autocastigo está en conexión con
la identificación fálica a nivel del inconsciente.
Y precisamente en La Dirección de la cura Lacan propone
como final de análisis la desidentificación fálica
(es una versión de la castración)).
Otros finales establecidos por Lacan posteriormente son la travesía
del fantasma y la identificación al síntoma. Todos
estos finales son una crítica al final de análisis
que proponen los analistas ingleses como identificación
al analista.
Lacan diseña su Escuela en torno al problema del final
de análisis. Y la ELP trabaja en torno a la pregunta por
el ser del analista, teniendo como principio que no existe la
esencia del analista –identificado al ser analista-, existen
analistas en plural. El dispositivo del pase investiga cómo
puede ser que alguien pase de analizante a analista.
Respecto a la dialéctica de los objetos
en la que Melanie Klein funda su práctica, Lacan dice que
en la teoría esta dialéctica se concibe como una
identificación.
El problema es que el sujeto se identifica a esos objetos en su
fantasma fundamental. Hay que localizar esa demanda inconsciente
para poder manejarla, pero sin interpretarla. El sujeto es uno
de esos objetos –seno, falo, excremento- en su fantasma
fundamental, y por ello está sometido a la patología
del mundo actual, un mundo donde todas sus necesidades van a convertirse
en objetos de cambio. En la actualidad eso es lo que estamos viviendo
a un nivel exagerado, ya que la subjetividad es prácticamente
eliminada y la problemática existencial de las personas
es convertida en problemas de necesidades y consumo.
Lacan indica el momento de la historia en que
la felicidad se convirtió en un factor de la política:
fue Saint-Just en el contexto de la Revolución Francesa
y la formulación de los derechos del hombre quien planteó
la felicidad como distribución de los bienes, por tanto,
el poder político ejerce el derecho a la felicidad. Hoy
día, por efecto del capitalismo, la felicidad se ha convertido
en el bienestar que ofrece el consumo al precio de ir reduciendo
las parcelas de libertad.
Los analizantes pueden pedir la felicidad. La última palabra
de Lacan sobre la felicidad es que el sujeto es suficientemente
feliz cuando se reconcilia con la pulsión, con el modo
de goce.
Lo único que han producido los analistas
después de Freud sobre la cuestión de la moral es
la teoría de la oblatividad: el sujeto cuando termina el
análisis es más comprensivo con el otro, se entrega
más al objeto. Ésta es una versión del obsesivo:
todo para el otro, mi semejante, cubriendo la angustia que me
provoca el Otro, el inconsciente, por no ser mi semejante.
Lacan tiene como arquitectura de su pensamiento
y del recorrido de la experiencia analítica el grafo de
subversión del sujeto, el cual permite la distinción
de dos estados del significante: el enunciado –lo que se
dice- y los elementos inconscientes que hay en el enunciado –lo
que no se dice.
Existe la demanda transitiva e intransitiva.
La demanda transitiva es lo que el sujeto pide al analista, y
éste debe frustrar esa demanda transitiva para que la demanda
intransitiva o demanda en el inconsciente se haga más pura.
La estructura del fantasma neurótico es que todo neurótico
demanda inconscientemente ser maltratado y para Freud esta demanda
encubría la demanda de ser amado. El fantasma no se interpreta,
se construye con los significantes inconscientes de la demanda
intransitiva.
En el grafo de subversión del sujeto todas las pulsiones
se articulan a la demanda intransitiva: el sujeto pide porque
goza de pedir.
La dirección de la cura en la Neurosis sigue respetando
los tiempos de la cura, que son tiempos lógicos: primero
la articulación de la lógica edípica o fálica,
después la subjetivación de la relación con
la pulsión, con el fantasma.
La neurosis fundamentalmente es explorar qué ha sido el
padre para un sujeto. También el falo, significante del
goce, el neurótico se imagina que la felicidad sería
ser el falo: tener todo, ser fantástico.
La Dirección de la cura tiene una vigencia
clínica muy importante, porque aunque hoy tenemos la versión
de que el final del análisis es la identificación
al síntoma, para llegar hasta ahí sigue siendo válido
el atravesamiento del fantasma, el encuentro con la inconsistencia
del otro y la modalidad pulsional de la demanda.
Frente a la demanda intransitiva del sujeto el
analista guarda silencio, o lo que es lo mismo, responde “No”.
La resolución no va a venir porque la aporta el otro, sino
porque se reconstruye el fantasma de lo que se estaba demandando
con los significantes de su inconsciente. Lo que sostiene la transferencia
es el fantasma.
El analista da su presencia: es lo que sostiene
la demanda y es la condición de la palabra. Su deseo se
encarna en el semblante de analista.
En la supervisión el analista controla
su contratransferencia. La modalidad más peligrosa es encarnar
un Superyó permisivo porque deriva en que todo lo permitido
se convierte en obligatorio (es el problema actual). Señalar
demasiado directamente que se está permitido gozar deja
al sujeto capturado por esa modalidad de goce o le obliga a tener
que reformular su demanda.
Una indicación clásica es desangustiar
al paciente pero no desculpabilizarle. Para Freud la culpa siempre
era verdad en el inconsciente: el sujeto se siente culpable de
un goce inconsciente que rechaza subjetivar. En análisis
el sujeto tiene que asumir la responsabilidad de ese goce, reconstruir
su fantasma y ver qué hace con eso. Otra modalidad de la
culpa es que el sujeto se hace cargo de la falta del otro porque
se siente culpable. Éste es el problema fundamental del
neurótico.
Lacan vincula la angustia a la falta del Otro:
el inconsciente angustia por no ser un semejante, son significantes.
Desangustiar no significa eliminar la angustia, al contrario,
porque los progresos de la cura dependen de la angustia como índice
de un atravesamiento: la caída de una identificación
es una pérdida para el sujeto puesto que las identificaciones
nos guían, son rasgos del ser. Por ello el sujeto reconoce
la falta y se angustia. |